

Incendios forestales y verano se han convertido, lamentablemente, en términos inseparables. Las estadísticas revelan que la mitad de los incendios registrados cada año en nuestro país se producen en julio y agosto. Y España, cuyos recursos forestales ocupan casi la mitad de su superficie y que alberga la mayor biodiversidad de Europa, es uno de los países más afectados por los incendios.
La encina, paisaje de la historia
Desde los albores de los tiempos y hasta la Edad Moderna, la Península Ibérica estaba cubierta por un casi impenetrable bosque dominado por encinas, que albergaba también alcornoques, quejigos y otros robles. Bajo estos árboles crecían jaras, lentiscos, retamas, madroños, labiérnagos, cantuesos, etc., conjunto al que se denomina bosque mediterráneo.
La encina fue, junto con el roble, un árbol sagrado en el mundo mediterráneo. Los celtas totemizaron a la encina, la llamaron Kaërquez, árbol hermoso, que hoy bajo la versión latina de Quercus da nombre científico a este mítico árbol.
Durante siglos, este árbol ha supuesto un magnífico ejemplo de relación armónica entre la naturaleza y el aprovechamiento por el hombre; en los períodos de hambre fue sustento básico, significando en algunos casos la supervivencia de muchas familias.
La encina es, al margen de sus significados simbólicos y culturales a lo largo de la historia y de su aprovechamiento prosaico, uno de nuestros árboles más longevos y hermosos.
Un gran ejemplar lo tenemos en la Aldea de El Álamo (El Madroño) en la provincia de Sevilla, "La Encina de los Perros" declarada Monumento Natural.
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